En vísperas de que el Perú celebrara nuevas elecciones, que a la luz de todos los análisis y pronósticos llevarían al poder al Partido Aprista Peruano, se produjo el cuartelazo del 3 de octubre de 1968 que depuso al presidente Fernando Belaunde Terry y lo reemplazó por una junta militar que tuvo a la cabeza al general Juan Velasco Alvarado. He aquí un fragmento de la crónica y el análisis -a 43 años de distancia- de ese decisivo acontecimiento del Perú del siglo XX que forma parte del proyecto de un libro que su autor desarrolla actualmente.
El Perú de Velasco
por Juan Carlos Lázaro
Para una conciencia libre y democrática, nada justifica que el general Velasco haya accedido al poder mediante un golpe de estado, aunque, a la distancia del tiempo, aquel se revele como un punto de inflexión -el más profundo y trascendente acaso- en la historia del Perú del siglo XX. En frase que se atribuye al notable historiador Jorge Basadre, antes y después de la experiencia velasquista el Perú no era ni volvería a ser el mismo. Motejada de socialista, la dictadura militar en su primera fase fue la más seria tentativa por reivindicar en sus derechos a los trabajadores del campo y la ciudad y acercar a las diferentes culturas, naciones y razas que conforman el Perú. También liquidó a la vieja oligarquía latifundista y, de otro lado, echó las bases para el surgimiento de nuevos ricos en los sectores de la industria y las finanzas –que hoy lideran la economía peruana- como parte de su proyecto modernizador. Sin embargo, en su pasivo debe anotarse principalmente la supresión de las libertades públicas –empezando por la libertad de prensa que implicó la extrema medida de incautar los diarios a sus propietarios-, así como la quiebra de las finanzas del Estado y un enorme endeudamiento externo, resultado de su visión autoritaria, populista y demagógica. El golpe fue apoyado por la izquierda estalinista, o sea la del Partido Comunista Peruano. La llamada “nueva izquierda”, en cambio, de signo maoísta y trotskista, la enfrentó y combatió desde la primera hora. El maoísmo identificó equívocamente a la dictadura con el fascismo, en tanto que el trotskismo, con más acierto, la caracterizó como un régimen bonapartista, lo que significaba que sus afanes socializantes y reformistas empezaban y terminaban en un caudillo. El Apra le dio la estocada final. Y los partidos de la derecha, en cambio, brillaron por su ausencia en la lucha contra la dictadura, aunque después se llevaron en bandeja los frutos cosechados por aquellos.
3 de octubre de 1968
La madrugada del 3 de octubre de 1968, un puñado de soldados del ejército peruano desplazó una columna de tanques del cuartel de la División Blindada hacia el Palacio de Gobierno, en el corazón del centro histórico de Lima, y concretó el propósito de arrancar del poder al presidente Fernando Belaunde Terry, elegido mediante elección popular hacía cinco años y ahora en vísperas de convocar a nuevas elecciones.
En el momento del golpe –cuatro de la madrugada aproximadamente-, Belaunde pernoctaba en la residencia del Palacio, en la parte posterior de este edificio de arquitectura neobarroca, después de un agitado día en el que había tomado juramento a su enésimo gabinete ministerial encabezado por el millonario coleccionista Miguel Mujica Gallo. Al ser avisado de la asonada por sus colaboradores, intentó comunicarse con su ministro de guerra para rechazar a los golpistas, incluso opuso algunos gestos de resistencia ante ellos, pero fue reducido por los soldados y horas después deportado a Argentina en un jet de Aerolíneas Peruanas.
Al amanecer, una multitud de curiosos se agolpaba en la plaza de armas de Lima, frente a la sede del gobierno, la cual se veía rodeada de macizos tanques y de soldados con sus armas en ristre. Unas cuadras más allá, los tanques también bloquearon los accesos a la sede del Congreso, cuyas puertas fueron puestas bajo candado. No sucedió lo mismo –al menos en ese momento- con el edificio del Poder Judicial. Un pequeño grupo de militantes de Acción Popular, el partido del depuesto presidente Belaunde, inició una marcha de protesta por la avenida La Colmena, rumbo a la plaza San Martín. Más beligerantes fueron los estudiantes de la universidad Federico Villarreal, entonces bastión de la juventud aprista, que también protestaron en la avenida La Colmena y otros puntos de la ciudad. Contra ellos la Guardia de Asalto y el carro rompe-manifestaciones no cesaron de blandir sus varas y de arrojar agua entintada, además de efectuar algunos disparos de bala al aire. Hubo varios heridos. Mientras tanto, los rumores sobre el golpe, los golpistas y los golpeados atravesaban la ciudad en sus cuatro puntos cardinales.
Se trataba de un cuartelazo de alguna manera anunciado y previsto a partir del escándalo de la llamada “Página once” que en esos días copaba las primeras planas de los diarios y encendía los debates en la tribuna parlamentaria. El escándalo estalló cuando el presidente de la Empresa Petrolera Fiscal (EPF), Carlos Loret de Mola, denunció que había sido sustraída la última página –la once- del contrato que en esos días acababan de firmar la empresa estatal -que él representaba- con la International Petroleum Company (IPC), subsidiaria de la poderosa Standard Oil, de New Jersey, propiedad de la familia Rockefeller. La página extraviada, según la denuncia de Loret de Mola, contenía una serie de cláusulas adicionales del contrato firmado con la IPC, sobre todo los precios del crudo que la empresa norteamericana debía pagar a la empresa estatal. Su desaparición o sustracción solo podía beneficiar a la expresa extranjera. Los ministros belaundistas negaron la existencia de esa página, juraron que nunca existió. En 1978, sin embargo, Belaunde retornó al país de un exilio de 10 años. Entonces se presentó en televisión como invitado de un programa político que conducía el joven periodista Alfredo Barnechea, quien le preguntó a boca de jarro: “Arquitecto Belaunde, ¿dónde está la página once?”. “En el Poder Judicial…”, fue la automática respuesta del entrevistado. Lo cierto es que la página once nunca apareció...
La conspiración de los coroneles
Hay testimonios fehacientes que indican que el golpe que derrocó al presidente Belaunde fue el resultado de un proyecto revolucionario, tramado al comienzo por un grupo de coroneles del ejército peruano, que conspiraron durante un año aproximadamente. El principal motivo que inspiraba sus propósitos era el de cerrarle el camino al poder al Apra y a su líder, Víctor Raúl Haya de la Torre, cuyo triunfo en las próximas elecciones presidenciales era anunciado por la mayoría de líderes de opinión. El segundo motivo, que serviría de justificación del primero, consistía en promover un movimiento de recuperación de la soberanía nacional que el Apra y otros gobiernos civiles no habían conseguido llevar a cabo a pesar de sus constantes promesas ante el clamor ciudadano. El escándalo de la “página once”, que había estallado en la prensa y en el Congreso, aparecía así como el detonante (o pretexto) perfecto para la insurgencia de los cuarteles.
El líder de los coroneles conspiradores era Jorge Fernández Maldonado. Entre los primeros estuvieron sus compañeros de armas Rafael Hoyos Rubio, Leonidas Rodríguez Figueroa y Luis Gallegos Venero. Otros se sumarían posteriormente. Pero su más importante logro en esta etapa fue ganar para sus propósitos al general Juan Velasco Alvarado, un “divisionario”, presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas y, al decir de uno de sus más cercanos colaboradores, asiduo lector de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui
La mayoría de estos coroneles, de extracción provinciana, había estado al mando de las tropas que combatieron y destruyeron a las guerrillas castristas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en 1965. Estas guerrillas, integradas por intelectuales y estudiantes marxistas que habían renunciado a su militancia en las filas del Apra y del Partido Comunista, a cuyos dirigentes acusaron de traición, proclamaban una revolución que reivindicara principalmente a los cuatro millones de campesinos que vivían en condiciones de siervos en el ande peruano.
Exasperaba a estos militares la frustración de las promesas incumplidas del presidente Belaunde, líder del partido Acción Popular, quien había accedido al poder en 1963 tras el veto impuesto por las Fuerzas Armadas a Víctor Raúl Haya de la Torre, el candidato del Partido Aprista Peruano (PAP). Un año antes, Haya de la Torre había obtenido la primera votación, aunque no la mayoría, en comicios que fueron anulados por el primer golpe institucional de las tres ramas militares (ejército, marina y aviación), cuyo breve y transitorio gobierno convocó a nuevas elecciones.
Las promesas de Belaunde incluían la reforma agraria y la recuperación de los yacimientos petroleros de la Brea y Pariñas, entre otras urgentes reformas, a ejecutarse en un plazo no mayor a los primeros 90 días de su gobierno. Otro motivo de la crítica de los militares era la alianza parlamentaria contra natura entre el PAP, de neta raigambre y composición popular, con la oligárquica y fascista Unión Nacional Odriísta (UNO), encargada precisamente de bloquear las iniciativas del Ejecutivo...