Según el filósofo eslovenio, la era estadounidense terminó y ahora existen múltiples centros
de capitalismo global que conviven en tensión. “Cayó el Muro pero surgen muros
por todas partes”, sostiene.
Slavoj Zizek | Opinión | ©The New York Times | 28, mayo, 2014
Conocer a una sociedad
no es conocer sólo sus reglas explícitas. También hay que saber cómo
aplicarlas: cuándo utilizarlas, cuándo violarlas, cuándo desechar una
alternativa, y cuándo en realidad estamos obligados a hacer algo pero tenemos
que fingir que lo hacemos libremente. Consideremos la paradoja, por ejemplo, de
los ofrecimientos hechos para que se rechacen. Cuando un tío mío rico me invita
a un restaurante, los dos sabemos que él pagará la cuenta, pero de todos modos
yo tengo que insistir un poco en que la compartamos: imagínense mi sorpresa si
mi tío simplemente dijera: “Bueno, OK, pagála vos”.
Durante los caóticos
años post-soviéticos del gobierno de Yeltsin en Rusia hubo un problema similar.
Aunque las reglas legales se conocían, y en gran medida eran las mismas que
bajo la Unión Soviética, la compleja trama de reglas implícitas, no escritas,
que sostenían todo el edificio social, se desintegraron. En la Unión Soviética,
si querías una mejor atención hospitalaria, digamos, o un departamento nuevo, si
tenías una queja contra las autoridades, si te citaban en los tribunales o
querías que tu hijo o hija fueran aceptados en una escuela del mejor nivel,
conocías las reglas tácitas. Sabías a quién tenías que dirigirte o coimear, qué
podías hacer y qué no. Después del derrumbe del poder soviético, uno de los
aspectos más frustrantes de la vida cotidiana para la gente común fue que estas
reglas tácitas se volvieron seriamente difusas. La gente sencillamente no sabía
cómo reaccionar, cómo vincularse con las disposiciones legales explícitas, qué
se podía pasar por alto y dónde funcionaba la coima. (Una de las funciones del
crimen organizado fue proporcionar una especie de legalidad sustituta. Si
tenías un pequeño negocio y un cliente te debía dinero, llamabas a tu protector
de la mafia, que se ocupaba del asunto ya que el sistema legal del estado era
ineficaz.) La estabilización de la sociedad bajo el reinado de Putin se debió
mayormente al restablecimiento de la transparencia de las normas no escritas.
Ahora, otra vez, gran parte de la gente vuelve a entender la compleja telaraña
de las interacciones sociales.
En política
internacional todavía no hemos llegado a esta etapa. Durante la década de 1990
un pacto no hablado regulaba la relación entre las grandes potencias
occidentales y Rusia. Las naciones occidentales trataban a Rusia como una gran
potencia, a condición de que Rusia no actuara como tal. ¿Pero qué ocurre si la
persona a la que se le hace el ofrecimiento para que lo rechace en realidad lo
acepta? ¿Qué ocurre si Rusia empieza a actuar como una gran potencia? Una
situación así es verdaderamente catastrófica, una amenaza para todo el tejido
de relaciones existente: como pasó hace cinco años en Georgia. Cansada de que
sólo la trataran como a una superpotencia, Rusia actuó realmente como tal.
¿Cómo se llegó a esto?
El siglo estadounidense terminó, y hemos entrado en un período en el cual se
han ido formando múltiples centros de capitalismo global. En EE.UU., Europa,
China y tal vez América Latina, también, los sistemas capitalistas se han
desarrollado con orientaciones específicas: EE.UU. apoya el capitalismo
neoliberal, Europa lo que queda del Estado de Bienestar, China al capitalismo
autoritario, América Latina al capitalismo populista. Luego de que fracasara el
intento de EE.UU. de imponerse como única superpotencia –el policía universal–
se da ahora la necesidad de establecer las reglas de interacción entre estos
centros locales en lo que hace a sus intereses en conflicto.
Es por esto que nuestra
época es potencialmente más peligrosa de lo que puede parecer. Durante la
Guerra Fría, las reglas de comportamiento internacional estaban claras,
garantizadas por la locura –destrucción mutuamente asegurada– de las
superpotencias. Cuando la Unión Soviética violó estas reglas no escritas al
invadir Afganistán, pagó cara su transgresión. La guerra de Afganistán fue el
comienzo de su fin. Hoy, las nuevas y las viejas superpotencias se están
probando unas a otras, tratando de imponer su visión propia de las reglas globales,
experimentando con ellas a través de sustitutos, que, por supuesto, son otras
naciones y estados más chicos.
Karl Popper elogió
cierta vez las pruebas científicas de las hipótesis, diciendo que, de ese modo,
permitimos que nuestras hipótesis mueran en lugar nuestro. En las pruebas de
hoy, los países chicos se lastiman y hieren en lugar de los grandes: primero
Georgia, hoy Ucrania. Pese a que las argumentaciones oficiales son altamente
morales y giran en torno a los derechos humanos y las libertades, la naturaleza
del asunto queda clara. Los acontecimientos de Ucrania parecen algo similar a
una segunda parte de la crisis de Georgia: la etapa siguiente de una lucha
geopolítica por el control en un mundo desregulado y multicéntrico.
Definitivamente es
momento de enseñar algunos modales a las superpotencias, viejas y nuevas, ¿pero
quién lo va a hacer? Obviamente, sólo una entidad transnacional puede hacerse
cargo: más de 200 años atrás, Immanuel Kant vio la necesidad de un orden legal
transnacional basado en el surgimiento de la sociedad global. En su proyecto en
procura de la paz perfecta escribió: “Dado que, más estrecha o más amplia, la
comunidad de los pueblos de la Tierra se ha desarrollado tanto que una
violación de derechos en un lugar se percibe en todo el mundo, la idea de una
ley de ciudadanía mundial no es un concepto pretensioso ni exagerado.” Esto,
sin embargo, nos lleva a lo que tal vez sea la “principal contradicción” del
nuevo orden mundial (si podemos usar el viejo término maoísta): la imposibilidad
de crear un orden político global que se corresponda con la economía
capitalista global. ¿Qué pasa si, por razones estructurales, y no sólo debidas
a limitaciones empíricas, no puede haber una democracia de alcance mundial o un
gobierno mundial representativo? ¿Qué pasa si la economía de mercado global no
se puede organizar directamente como una democracia liberal global con
elecciones mundiales?
Hoy, en nuestra era de
la globalización, pagamos el precio de esta “contradicción principal”. En política,
las fijaciones de vieja data y las identidades culturales particulares,
religiosas y étnicas sustanciales, han regresado con gran fuerza. Nuestro
trance está definido hoy por esta tensión: la libre circulación global de
commodities está acompañada por crecientes separaciones en la esfera social.
Desde la caída del Muro de Berlín y el surgimiento del mercado global han
empezado a surgir nuevos muros por todas partes, que separan pueblos y
culturas. Tal vez la propia supervivencia de la humanidad dependa de resolver
esta tensión. (Traducción:
Román García Azcárate).