¿Debe ser revocada la
alcaldesa Susana Villarán?
En torno de ella se enfrentan derecha e izquierda, como si el fondo o la base del problema en que se halla fuera de orden ideológico.
Por Juan Carlos Lázaro | Lima, Perú
La alcaldesa de Lima Susana Villarán ha sido colocada en el centro de un debate verdaderamente cavernario y absurdo.
Estrictamente hablando, es un falso debate.
En torno de ella se enfrentan derecha e izquierda, como si el fondo o la base del problema en el que se halla la alcaldesa fuera de orden ideológico.
De cerca o de lejos es evidente que a las dos partes en contienda solo les anima intereses políticos, sectarios, de cofradías.
De ninguna manera les preocupa la ciudad, ni su administración, ni el bienestar de su vecindario y de sus usuarios tal como se desprende de sus grotescas pullas lanzadas mediante la prensa y las redes sociales.
Porque está claro que a un año de haber asumido la administración de Lima–una urbe de aproximadamente ocho millones de habitantes–, el balance de la gestión Villarán deja mucho que desear. Sobre todo en planes, más que en obras.
Un año es un plazo realmente breve para exigirle obras completas, consumadas, a una administración edil.
El verdadero problema de la alcadesa Villarán es que en un año su gestión no ha conseguido mostrar un plan coherente y de conjunto para solucionar los problemas más vitales de la ciudad y tampoco ha expresado señales de capacidad ejecutora.
Estas deficiencias, sin embargo, de ninguna manera constituyen motivo de fondo para pedir la revocatoria de su cargo como ya lo promueve un sector político.
Susana Villarán, que ganó la alcaldía liderando un colectivo de izquierda denominado Fuerza Social, ejerce legal y legítimamente su cargo y no ha incurrido –al menos hasta donde se sabe– en delito grave de función como para pedir su revocatoria.
A quienes promueven su defenestración de la alcaldía no los mueve sino un afán de venganza política, de obstruccionismo y, sobre todo, de descalificar a la izquierda en todo orden de cosas.
En la otra orilla, una izquierda mediática y agresiva pretende convertir las deficiencias de Villarán en virtudes, y acomete la defensa de su fallida administración identificándola con la defensa de la democracia.
Es verdaderamente grotesco, de una descomunal irracionalidad, el fuego cruzado entre las partes que atacan y defienden a la alcaldesa de Lima. Es un duelo a chavetazos, aunque virtual, entre la “derecha bruta y achorada” y la “izquierda inepta y estúpida”.
Ambas partes olvidan de plano que una gestión edil no es un tema ideológico, sino netamente administrativo. Que una buena o mala administración edil no es consecuencia de ser de izquierda o de derecha, sino de eficiencia o de ineptitud.
De tal manera que en estos días la comunidad capitalina soporta lo que, según frase del genial Shakespeare, parece “un cuento de locos narrado por un idiota”.
No se requiere mayor esfuerzo de perspectiva para advertir que una hipotética revocatoria de Villarán no solucionaría absolutamente nada. Solo sería una sanción política para beneplácito de sus enemigos políticos. Pero esa revocatoria podría empeorar aún más las cosas para Lima.
Por esto, en bien de la ciudad, Villarán debe enmendar rumbos urgentemente.
Tiene por delante tres valiosos años para revertir la negativa tendencia de su gestión. Tres valiosos años para hacer obra y convertir a Lima en una ciudad ordenada, segura y limpia. Es lo menos que el vecindario le pide a una administración edil, sea ésta de izquierda o de derecha.
Para empezar, que haga oídos sordos ante esa derecha egoista que busca entramparla y esa izquierda obtusa que se coloca de espaldas a los hechos.
Y que ojalá la humildad ilumine a la alcaldesa. Que entienda -si mañana la revocatoria no prospera- que ello ha sucedido así no porque Lima la respalda o la aprueba, sino porque, como ciudad emblemática de todos los peruanos, simplemente ha decidido darse una segunda oportunidad a sí misma.
Y que ojalá la humildad ilumine a la alcaldesa. Que entienda -si mañana la revocatoria no prospera- que ello ha sucedido así no porque Lima la respalda o la aprueba, sino porque, como ciudad emblemática de todos los peruanos, simplemente ha decidido darse una segunda oportunidad a sí misma.